domingo, 10 de enero de 2010

The Model.



Parecías una modelo. Te deslizabas sobre las veredas con al mirada siempre alta. Hasta se llegaban a divisar las enciclopedias sobre tu cabeza. Tu porte se llevaba las miradas de todo Floresta. Hubo choques de autos, personas que tropezaron y cayeron, mozos que volcaron los cafés. Todo producto de tu belleza. Los hombres de Segurola se paralizaban a las 11:15 cuando ibas a buscar las galletitas de cereales con gusto a frutilla que te vendía el señor de la herboristería. Las piernas largas, la cintura del tamaño de un anillo, los senos redondos como dos pomelos rosados, el rostro angelical y ese rodete que dejaba desnudo la parte por la que todo el barrio moría: tu cuello. Un par de enfermos hasta se animaron a los trajes de dráculas y compraron colmillos de plástico. Tenías encantado al barrio. Pero un día se corrió la bola de que te ibas. El trabajo de administrativa no iba más contigo. Decían que estabas para más. Así fue como se supo que estudiabas para modelo. Personalmente no sabía que se estudiaba para la belleza. Si ya lo eras. ¿Para qué más? ¡Qué decepción! Porque quien usa la belleza como su única arma y forma de vida… Te va a ir bien. El mercado paga muy bien la superficialidad. Al final no parecías, sos una modelo. Pero… ¿modelo de qué?

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